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EL CAMINO DEL RIDER: EL CORDEROY, LA RUBIA Y EL RELOJ

Historias reales de un mundo ficticio

Por Sebastián Chacón

Se conocieron una mañana en Horizonte, una de esas en donde el corderoy está listo para cortar, el sol de marzo asomando, poca gente en el agua y menos gente en la playa, un regalo para los que sobrevivieron a un superpoblado verano de pocas olas en La Feliz. Rama había sido el primero en llegar, como siempre,  se calzó su 3/2 y se mandó en busca de las primeras olas del día, al rato bajó de un Mehari bastante castigado, una rubia de esas que pondrían en riesgo hasta el más consolidado de los matrimonios.

La chica no tardó en llegar al outside, en la primera serie remó con decisión una derecha sólida… Rama la siguió con la mirada, estilo suave, arte en el uso de los rails y una gracia pocas veces vista por estas orillas del Atlántico, parecía un sueño, la perfección envuelta en neoprene… Una oportunidad para no dejar pasar.

La sesión fue en progreso y más allá del amable saludo de la rubia, las olas se sucedieron sin cruzar palabra alguna, Rama sintió la obligación de ensayar una estrategia para la conquista, su cabeza era una verdadera olla a presión en donde las imágenes atropellaban las palabras, debía disparar una conversación que lo acercase a su objetivo, mientras la dama disfrutaba de la caballerosidad inconsciente de nuestro héroe.

Invitarla al cine, presentarle a sus padres, llevarla a La Princesa, contarle de sus aventuras en Hawaii, enseñarle su carpeta de recortes periodísticos en donde él era casi noticia, invitarla a su habitación a escuchar Exile on Main Street en vinilo, contarle de su colección de stickers de marcas surferas, llevarla a pasear en el caño de su desvencijada bicicleta inglesa, mostrarle la portada de la Surfer Magazine autografiada por Damien Hardman, invitarla a comer un sanguchazo a La Moneda, llevarla al cine a ver una de Steven Seagal, regalarle una Marlin rosa chicle y gris, invitarla a Chocolate y hasta proponerle pagar el combustible a medias en la próxima surfeada, fueron algunas de las cosas que se le cruzaron por la cabeza para acortar distancias.

Cerca del mediodía, la rubia enfundó su tabla y mientras se vestía, Rama se acercó para poner en práctica alguna de las estrategias planeadas… – ¿Tenés hora? – fue lo primero que se le ocurrió, la respuesta fue un tajante – No uso reloj, me guió por mi propio tiempo, no por el que dicen las agujas o el cuarzo de esas máquinas diseñadas para esclavizar a la humanidad -.

Ni bien terminó de ensayar su respuesta, el sueño de Rama se diluyó como una gota de témpera en el agua, al tiempo que su efímera princesa se alejaba en su simpática carroza naranja potenciada por un noble 3CV. Impotencia, desconcierto, bronca y soledad fueron algunos de los sentimientos experimentados por Rama, quien no pensaba quedarse de brazos cruzados, tiró la tabla al lado de su bicicleta y a toda prisa empezó a correr al Mehari que trepaba la serpenteante subida del balneario, cuando estuvo lo más cerca posible gritó con todas sus fuerzas – Loca de mierdaaaaaaaa – . El desahogo fue inmediato.

Rama siguió yendo a surfear a Horizonte pero nunca más volvió a ver a esa rubia.

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