EL CAMINO DEL RIDER: OLAS Y HOSTIAS

Historias reales de un mundo ficticio

Por Sebastián Chacón

La mujer golpeó la puerta del confesionario y un seco – No hay más confesiones por hoy-, retumbó en el interior del pequeño teatro donde el pecado y el perdón juegan al gato y al ratón. Los feligreses de la parroquia San Pío de Pietrelcina, aseguraban que el padre Gael era un eximio confesor. Jamás juzgaba y ponía especial énfasis en hacerle saber al pecador de turno, que Dios no estaba todo el tiempo mirando para abajo. De todas formas nunca retaceaba padrenuestros cuando el pecado era espeso. Juan Carlos, el almacenero del barrio, cierta vez confesó que borraba la fecha de vencimiento de los lácteos prontos a vencer, eso sí, rezaba todas las noches para que ese artilugio no causara mayores trastornos en su clientela. Ese día el mañoso comerciante tuvo que ganarse el perdón durante cuarenta y cinco minutos de sentido rezo, arrodillado sobre madera.

Fanático de T – Rex, al punto tal que cuando entró al seminario tuvo que dar múltiples explicaciones sobre el tatuaje de su omóplato derecho. Los mandamases del clero no podían concebir a Mark Bolan habitando en la piel de un seminarista. De no haber sido por la falta de aspirantes, lo hubiesen rechazado. A mediados de los 80 era preferible un sacerdote tatuado que seguir perdiendo fieles a manos de religiones devotas del timbre a la hora de la siesta.

Gael llegó al mundo después de Abel y Fidel, los tres hijos de Mabel y Ariel Medina Reyes. Durante su adolescencia se había dedicado a escandalizar a todo el edificio donde vivía. Sus gustos musicales y amistades, siempre causaban alborotos en el quinto piso del Ripalda. En más de una reunión de consorcio, su nombre integró el orden del día. Aunque a decir verdad, nada hacía prever un futuro de hábito, misas derrochadoras de fe y estampitas clandestinas de Tom Curren, las cuales repartía entre los fieles aduciendo que era un nuevo santo encargado de destrabar todo tipo de casos. “Te entrego a Tom Curren, el Santo Patrono de la Fluidez”, solía decir a la salida de cada misa.

Su conversión tuvo origen con una temprana tragedia que cambió su vida para siempre. La pérdida de su mejor amigo fue un precio demasiado alto que tuvo que pagar. Libertad, excesos e inmortalidad era todo lo que experimentaban en la Mar del Plata de los primeros pasos de la democracia. El Flaco, el que era impensado imaginar sin Gael a su lado, desconocía la mesura. Siempre al límite. Cierta tarde, después de varios días sin dormir, metió la nariz donde no debía y su corazón no resistió tanto castigo. Gael lo encontró un par de días después, tirado en el baño de su departamento. En la cara inerte de su amigo, supo verse a él mismo y entendió que alguien, quién sabe quién, le estaba mostrando un final que solo él podía cambiar. Por aquellos años, sobraban caballos salvajes, montarlos o dejarlos para otros jinetes, eran las dos opciones posibles. Gael optó por la segunda.

La capilla Stella Maris de Estación Chapadmalal fue un escenario increíble como primer destino para un novel párroco. En 1984, los autóctonos eran muy pocos y la base de la pirámide en cuestiones de fe era demasiado angosta. Al momento de ordenarlo y destinarlo a su parroquia, el Obispo Rómulo Santángelo le encargó, con particular premura, sumar fieles. Y ahí comenzó la obra del padre Gael.

Por aquellos años, los niños jugaban al fútbol en las calles sin imaginar la gesta maradoniana que estaría al caer. Lo primero que hizo, fue organizar la Acción Católica y armar una linda canchita de fútbol (con arcos con red y las líneas de cal prolijamente marcadas sobre la gramilla), detrás de la parroquia: una jugada magistral. Fútbol y Fe, dos cosas que nadie discute. La condición para utilizar la cancha durante los sábados por la tarde, fue quedarse a la misa de las seis. Los chicos no pudieron decir que no. Al estar vestido de negro, no le quedó otra que ocuparse del silbato e impartir justicia en cada uno de los partidos. En lugar de sacar tarjetas rojas, repartía novenas y padrenuestros a los más violentos, y de esa manera forjó un espíritu limpio entre todos los niños, quienes rápidamente entendieron la diferencia entre dejarlo todo y la mala intención.

Otra cláusula espiritual, fue que los padres buscasen a sus hijos al concluir la misa. Y de esa manera, sábado a sábado fue insuflando en la comunidad un verdadero sentido de pertenencia. Con el correr de los meses, se convirtió en el vecino con línea directa con Dios, un tipo siempre dispuesto a tender una mano, sin horarios ni condiciones.

Una tarde de primavera, salió en el Renault 4 parroquial en busca de algunas provisiones. Sábanas, toallas, artículos de limpieza y aseo personal, figuraban en la lista de prioridades. Sin prisa y con el TDK de grandes éxitos de T-Rex,  subrayando la fortuna de sentirse marplatense cuando el sol brilla y el mar destila poesía con renglones bien cargados, Gael disfrutó el paseo, no sin plantearse el vacío que sentía durante la semana.

Entre el Palacio del Aseo y los Turcos de 12 de Octubre, fue tachando cada uno de los puntos de su lista. Antes de emprender el regreso, pidió un cucurucho de los grandes. Granizado y crema rusa bañado en chocolate. El pulso firme de cirujanos y heladeros fue algo que siempre había admirado. El momento del baño de chocolate, solo era comparable a esos bautismos donde el niño o niña en cuestión, responde con una sonrisa al pie de la pila bautismal, en lugar de llorar como ocurre en la mayoría de las bienvenidas al rebaño del Señor.

Sentado en la mítica esquina de Posadas y Magallanes, cucurucho en mano, Gael veía como esa maquinaria llamada sociedad, funcionaba de manera aceitada en cada uno de sus estratos. Lo que más lo reconfortaba, era ver a los niños apurando el paso después de la jornada escolar. El motivo no era otro más que llegar a casa, revolear la mochila lo más lejos posible, merendar y salir a jugar al fútbol con los amigos. Rutinas que no hacen más que definir la identidad de pequeñas comunidades, rituales barriales donde uno se forja y va ganando calle para todo lo que vendrá.

Después de lavarse las manos en el bebedero, agradeció y saludó al heladero y por supuesto prometió volver, San Marino nunca había estado en sus planes y sin embargo estaba mucho más cerca de lo que jamás había imaginado.

El shock de glucosa lo encendió. Revolviendo en la escueta guantera, encontró Y Ahora Qué Pasa EH? Sin dudas, Los Violadores tenían mucho para decir en el camino de regreso. Tomó Magallanes calle abajo, a todo volumen y cantando mucho más arriba de lo que su voz le permitía. Con su mano izquierda seguía el ritmo de 1,2, Ultraviolento sobre la puerta del cuatro latas. Los parlantes al máximo de su capacidad terminaban de completar su felicidad.

Al girar en Av. De los Trabajadores, una Ford Falcon Rural con tres Punks ortodoxos a bordo, se le pone a la par. Los muchachones al ver a Gael con su tradicional cuello romano y siguiendo el ritmo de la banda de Pil & Stuka, no tuvieron mayor remedio que montar en cólera. Estaban siendo testigos de un verdadero sacrilegio para las huestes del Punk. Un cura cantando una canción de Los Violadores. Para estos muchachos, la situación representaba exactamente lo mismo que si un bolchevique viese a un miembro del Partido Obrero Socialdemócrata tomando Coca Cola del pico. No se podían permitir semejante distorsión.

Al grito de: “Profanador de liturgias”, cruzaron el auto delante del vehículo parroquial. Sin mediar palabra, bajaron a Gel a los empujones.

“Así que sos cura y Punk” – le preguntó el cabecilla del power trío. – Es como ser vegano y ser amante de los asados- volvió a disparar al aire ante el total desconcierto de Gael.

-Tomá chupasirios- fue la bienvenida a una escalada de extrema violencia. Los próximos segundos de Gael fueron parecidos al mejor momento de una bola de flipper que no para de sumar puntos entre rebotes y ascendente luces de colores. Con la salvedad que lo único que fue ganando la cara del párroco, fueron golpes, cortes y escoriaciones de todo tipo.

Sin fuerzas para correr ni aptitudes para el arte de los puños, se abandonó a su capacidad de resistencia. Si la hora de partir había llegado, debía estar tranquilo, quizás este era el plan maestro del Creador. La única culpa que sentía era haber llegado a ese punto de no retorno por un cassette de Los Violadores… -¡Qué injusto Señor! Hubiese seguido con T-Rex y ya estaría en casa, tranquilo, tomando mate y contemplando el atardecer chapadmalense.

A menos de una patada para entrar en conmoción cerebral, el violento frenado de una F100 provocó el milagro. Los Punks interrumpen su tarea, para ocuparse del nuevo convidado.

-Tres contra uno… ¿Pero qué clase de héroes son ustedes?- se escuchó desde el interior de la chata.

-Bajáte salchicha que para vos también hay- dijo el cabecilla de los encrestados, mientras cortaba el aire con una resplandeciente sevillana.

Incorporándose con la poca energía que le quedaba, Gael no podía creer el giro que había tenido lo que hasta hace instantes olía a punto final. A cinco metros de él, el asunto estaba mucho más caliente que su cara ensangrentada.

De la F100 bajó un muchacho de pelo largo, canoso. Un metro noventa de puro barrio y determinación. Al verlo, los Punks lejos de amedrentarse, se envalentonaron. Finalmente podrían medir su poderío con un oponente digno, el pobre Gael ni un solo golpe había podido ensayar. Tres contra uno, nada podía salir mal.

-Te vamos a pinchar todo salchicha- gritaba el más exaltado de los tres, mientras finteaba todo tipo de puñaladas al aire.

-¿Estás seguro subnormal?- respondió el ignoto justiciero.

-Hasta acá llegaste cerdo- respondió el encargado de comandar el ataque mientras tira la primera de las puñaladas al estómago del grandote.

Un simple giro de caderas desairó al atacante. Aprovechando el envión, logró conectar un codazo certero sobre la sien del matón de párrocos, que aturdido besa el asfalto y alienta a sus compinches para maniatar al muy mal elegido rival.

Entre los dos logran tomarlo por la espalda, uno de cada brazo, inmovilizándolo temporalmente. Con un preciso paso hacia atrás logra romper el agarre, se los saca de encima y los empuja contra la F100. El estruendo de los Punks contra la chapa, estremeció la tranquilidad del lugar. Lo que siguió fue una verdadera exhibición de pugilismo. Los muchachos, sin proponérselo, habían encontrado la paliza que nunca habían buscado.

El cuchillero de turno engrosó su historia clínica con una fractura de brazo, mientras que los otros dos se llevaron una variopinta colección de hematomas. Como pudieron se montaron en el auto, a toda velocidad y en contramano encararon con dirección al puerto.

-¿Padre, está usted bien?

-Gracias hijo. Creo que la voy a poder contar gracias a tu desinteresada valentía, decisión y a tu excelente gancho cruzado… Hermosa técnica, hijo.- respondió Gael mientras lograba salir del shock.

– Gracias Padre, lo importante es que usted se reponga y siga adelante con su obra.

-¿Cuál es tu nombre hijo?- preguntó el maltrecho sacerdote.

Un silencio distinto, de esos que anteceden una revelación se apoderó del momento. El grandote se tomó el tiempo para contestar, como si intentase encontrar una respuesta genial a una pregunta tan simple.

-Padre… Soy Gabriel, el Arcángel Gabriel- respondió mientras un haz de luz envolvía toda su corpulencia, confirmando lo místico y verdadero de esa confesión.

-No lo puedo creer, tenía entendido que estabas dando vueltas por ahí, pero jamás pensé encontrarte en la Tierra-, respondió Gael.

Para darle veracidad a sus palabras y despejar todo tipo de duda, Gabriel posó sus manos sobre la cabeza de Gael, automáticamente sus heridas, cortes y laceraciones fueron desapareciendo una a una. En segundos volvió a ser el que era antes de la feroz golpiza.

-Me tengo que ir dijo Gabriel- mientras caminaba hacia su camioneta donde un cartel de prolija tipografía rezaba: Fletes Gaby… Si sopla viento del este, llámeme tranquilo.

-Esperá… ¿Qué puedo hacer por vos?- preguntó el repuesto párroco.

-Nada… En realidad sí, tengo algo para vos-, respondió sin darse vuelta mientras abría la caja de la camioneta para sacar un longboard Donald Takayama de 10 pies.

-Esto es para vos, usálo, te va a cambiar la vida. Aprendé a surfear y cuando nos volvamos a encontrar me contás y de paso me lo devolvés.

Se subió a la camioneta, dijo adiós y empezó a andar. Gael, todavía aturdido por la intensidad del encuentro, vio como la F100 al llegar a la altura de la usina, levantó vuelo como una flecha silenciosa para perderse en la inmensidad del cielo.

Al día siguiente y por el resto de sus días, el surf se convirtió en su gran pasión. No tardó demasiado en aprender, por aquellos años, muy poca gente surfeaba por Chapadmalal, cosa que le permitió cometer todos los errores posibles sin lastimar a nadie durante la curva de aprendizaje.

Definitivamente su vida había cambiado, a medida que mejoraba su backside y frontside, mejor le iba en la parroquia. Sus misas eran cada vez más encendidas, ocurrentes, reflexivas, risueñas y abiertas. En el confesionario brillaba, sacaba lo mejor de todo aquel que pasaba por ahí buscando alivio.

Los años fueron pasando entre misas, bautismos, comuniones, bendiciones, casamientos y eternas sesiones de surf. Con un excelente juego de pies, se convirtió en un verdadero maestro del Hang Ten, maniobra que llevó a otra dimensión al flexionar un tanto más las rodillas y extender sus brazos como si fuese un Jesús con mejor suerte y tardes libres.

Todo marchaba bien, hasta que el traje de neoprene se volvió más importante que la sotana. A decir verdad, su rendimiento al frente de la parroquia fue siempre impecable. Siempre dispuesto a escuchar a los fieles, su compromiso se mantenía firme con la comunidad. Si faltaba algún jugador para alguno de los partidos del sábado, se calzaba los botines y salía a jugar con el equipo que necesitase de sus servicios.

Su verdadero talón de Aquiles, fueron los horarios. A causa del surf empezó a llegar muy sobre la hora a bautismos y casamientos, hasta incluso, afirman haberlo visto con el traje de goma debajo de los hábitos durante la confirmación de la hija de un encaramado concejal con aspiraciones de Intendente.

Como pudo, se mantuvo en Chapadmalal por veinte años más. El traslado fue inevitable, cuando llegó tarde a la ceremonia de casamiento de la hija de ese mismo concejal que después de varios intentos fallidos, había logrado ganar la intendencia de Mar del Plata. La ceremonia estaba prevista para las 18:00 de un sábado de mediados de marzo. Pésima elección. Las olas estaban perfectas, Gael no las desperdició.

El pelo ensalitrado, los dedos llenos de arena asomando entre las hendijas de sus franciscanas y una hora de retraso, fueron más que suficientes para que el mandamás de la ciudad pidiera el traslado del cura surfer. Y así fue a parar a San Pío de Pietrelcina, cerca del mar, pero muy lejos de la mística que supo construir día a día bajo el sol de Chapadmalal.

Muy a su pesar, decidió abandonar el surf. Guardó la Takayama para siempre y nunca más pisó la playa. Su vida se convirtió en un verdadero misterio, en la parroquia guardaba silencio. Se había convertido en un administrativo. La furia del Intendente lo privó de celebrar misas y todo eso que lo había puesto en el centro de la escena. Solo lo dejaban confesar.

El 31 de diciembre, Rama tenía un encargo muy especial de parte del dueño de Raspberry Beret Ice Cream.

–Rama, te pido por favor que lleves esa camioneta y descargues todo el helado en la capilla San Pío, ahí en Faro Norte.

-Ningún problema jefe, déjelo en mis manos-, respondió Rama.

-Hay que acordarse de los que menos tienen y actuar en consecuencia Ramita. Te deseo un feliz año nuevo, es un placer tenerte dentro de la familia de Raspberry Beret Ice Cream.

-Gracias jefe, para mí también es un honor.

Rama se subió a la camioneta y encaró el último reparto del año. Al llegar a la parroquia no encontró a nadie. Notó cierto movimiento en el confesionario y ahí fue. Al acercarse escuchó. – ¿Rama sos vos?

Se abre la puerta del confesionario y Gael no tarda en salir. Rama se queda estático, nota cierto parecido a alguien en la cara del cura, pero lejos está de acertar. Gael lo abraza y no lo suelta por varios segundos.

-Rama, soy yo… Gael, el del Hang Ten a lo Jesús.

-No lo puedo creer, me dijeron que te habían trasladado a un pueblo de Italia.

Entre abrazos y recuerdos de surfing se pusieron al día. Gael confesó que extrañaba surfear, llevaba diez años lejos de las olas y por momentos fantaseaba con dejar todo y volver al mar.

-Escucháme Gael, por qué no te dejás de joder con todo esto de la penitencia y el silencio y esta noche te venís a cenar a casa… Es 31 de diciembre, no puedo dejarte acá solo.

-Bueno dale, voy. Decíme cuántos seremos, así llevo unas bebidas.

-Mirá, no muchos. Vos, yo y Gabi, un amigo que también surfea y además es fletero… Un loco lindo, te va a encantar.

-Perfecto, ahí estaré.

Gael se bañó, eligió su mejor camisa hawaiana, un pantalón color arena y las tradicionales franciscanas para la última cena del año. Cargó el Donald Takayama en la Berlingo de la parroquia, manoteó un puñado de estampitas de Tom Curren para Rama y se fue.

Según comentan los vecinos, esa noche, una especie de perímetro lumínico envolvió la casa de Rama durante varios minutos. Algo realmente maravilloso. Otros, también afirman haber visto una F100 despegar como si se tratase de un nuevo prototipo de Elon Musk con una tabla de surf sobresaliendo de la caja.

En fin, todas cosas que la gente suele ver cuando está bajo los efectos del brindis de fin de año.

 

 

 

 

 

 

 

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