EL CAMINO DEL RIDER: RAMA CONSIGUE TRABAJO

Historias reales de un mundo ficticio.

Por Sebastián Chacón – @elcheycon

Foto. Lole Mairal @lolemairal

“De cualquier historia hay tres versiones: la tuya, la mía y la verdadera”. Andrew Loog Oldham.

Los peces gordos solían esquivar con gran destreza las redes de Rama durante los primeros años posteriores al secundario, todavía la industria del surf no era tal, apenas unos fabricantes de tablas y un puñado de locales que vendían remeras “re-surfers”, lugares siempre atendidos por rubias con algo de onda y poco conocimiento de Surf, era todo lo que había por aquellos años de After Chabón.

La idea de vivir de la tabla seguía germinando en la cabeza de nuestro héroe, sin embargo los tiempos eran difíciles, sería necesario buscar un trabajo… las tablas envejecían, había que salir, pagar de vez en cuando (muy de vez en cuando) un telo, juntar para algún viaje, había que vivir sin el patrocinio de mamá y papá. Muy a su pesar, Rama tomó la iniciativa de salir a buscar trabajo, la cosa no fue fácil. El título de Perito Mercantil no ofrecía demasiadas opciones, algunos amigos de su viejo le quisieron tender una mano pero Rama quería darse cuenta de que podía solo y poner en práctica aquella frase de los expedicionarios liderados por Barragán: “Que el hombre sepa que el hombre puede”.

Y ahí fue el primogénito de Leandro y Susana en busca de su emancipación, la primera semana fue un verdadero fracaso, en la segunda bajó el nivel de exigencia y una mañana de viernes encontró un aviso en el diario La Capital que pedía un joven de buena presencia para atender el mostrador de un almacén con fiambrería incluida. Así, sin distinguir el jamón cocido del salchichón con jamón,  fue cómo Rama se tomó un bondi y después de un buen rato caminaba por las veredas del barrio El Progreso en búsqueda de La Esquina de Pocho, el almacén que rankeaba en lo más alto de ese costado obrero y poco conocido de la ciudad para nuestro personaje.

Pocho, un morrudo almacenero de manos grandes, de camisa Ángelo Paolo y colonia Veritas, devoto de Julio Iglesias y amante del Soul de Shuggie Otis, se encargó de recibir a Rama que llegó con CV en mano, después de las presentaciones de rigor el dueño de casa le preguntó si alguna vez había manejado una máquina cortadora de fiambres… La respuesta era más que obvia, sin embargo Rama le cayó bien a Pocho y en cuestión de minutos el auténtico surfer había encontrado trabajo.

Al cabo de unos días, el nuevo dependiente de almacén ya conocía la dinámica del barrio, distinguía todos y cada uno de los fiambres que descansaban en la heladera exhibidora, con el correr de los cortes le fue encontrando la mano al dulce de membrillo y al de batata de lata, y lo más importante…  empezaba a conocer a sus clientas, señoras mayores en su mayoría, esas que suelen esperar milagros sentadas en el sillón de la peluquería los sábados por la tarde… Verdaderas hienas capaces de levantar en peso a Rama ante el más mínimo error, y dispuestas a proferir el insulto más feroz si el queso de la pizza no se derretía la noche del sábado.

El primer mes transcurrió sin mayores sobresaltos, de lunes a sábados, Rama pedaleaba desde su señorial casa en las cercanías de Playa Grande hasta su trabajo, labor que no podía desempeñar en su barrio, jamás soportaría que sus vecinos lo vieran atendiendo un mostrador, él era un SURFISTA, y como tal quería que lo vieran en la portada de la Surfer y no enfundado en un delantal celeste y detrás de una selección de mortadelas bocha. Con los primeros australes ganados separó unos mangos para una nueva tabla, el resto los usó para vivir, cosa que llevó a sus padres a pensar que los milagros existían. Los días transcurrían entre el mostrador y ese rato que se hacía para surfear entre la una y las cuatro y media de la tarde, porque si había algo que lo distinguía a Rama en el “Wild Side”, así denominaba al barrio donde trabajaba, eran su tabla y su rubio de dudoso origen, algo nada bien visto entre las señoras de la zona.

Todos los días caía al trabajo con su bicicleta y su tabla, a quién le había hecho un lugar en el depósito justo al lado de los bolsones de fideos, todo hacía pensar que Rama haría una carrera en el rubro, y quizás el día de mañana tendría su propio almacén al que le pondría una gran marquesina con neones rezando Kaena Point, Kirra, Sunset o quien sabe que nombre bien surfero… Pero no, nuestro héroe estaba hecho para otra cosa.

Unas de esas mañanas en las que las cosas no van bien, Rama se tomó el tiempo necesario para ser sincero con él mismo, se replanteó las mañanas de surf que estaba perdiendo, en la inutilidad de su título de Perito Mercantil a la hora de remar en el point, en las viejas que diariamente soportaba con su mejor cara porque por aquellos años el cliente siempre tenía razón (hoy te hacen llamar a un 0-800 y después de putear un largo rato, marche preso), en la vida que se presentaba con un mundo por descubrir y sin embargo estaba viviendo la rutinaria vida de Pocho, con más pelo y más cool, pero la misma vida al fin. Fue ahí en donde apagó la máquina de cortar fiambre, se sacó el delantal y al grito de “ME VOY A LA MIERDA”, sorprendió a los presentes y al pobre Pocho que ya se había encariñado con su empleado, buscó su tabla, la bicicleta y nunca más volvió… Ni siquiera para buscar la liquidación de esos pocos días.

Pedaleando llegó a su Playa Grande querida, esa que le venía marcando ausente en cada mañanita de olas, tres horas le fueron suficiente para ponerse al día y prometerse que de ahora en adelante no haría más que surfear y trabajar de surfer, como sea y a costilla de quien sea, y vaya si lo cumplió.

En cualquier momento una nueva historia de Rama, obviamente acá en Surfpress.

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