Por Sebastián Chacón
El surf explotó en Argentina, de eso no caben dudas. Se nota en el agua, en las ventas de la industria y en el interés de ciertas marcas ajenas a este universo -que de a poco- encuentran en el surfing un vehículo para captar la atención de sus potenciales clientes. Mientras algunas lo hacen con sutileza, otras se destacan por cierta torpeza chaplinesca. Es cuestión de agudizar los parámetros de búsqueda para vivir una experiencia sorprendente.
Sin embargo, resulta muy curioso que los efectos de este Big Bang no se sientan puertas adentro. Asombra ver cómo algunas empresas ajenas al deporte y con grandes presupuestos, deciden invertir en el surf, pero en lugar de apostar por las carreras de deportistas de verdad, corren a la simpatía de ciertos influencers.
Es entendible, está claro que en esta gran fiesta del dame más, la paciencia no está en la lista de invitados. El tiempo, el dinero y la dedicación de un surfista argentino que quiere salir a competir afuera, no es algo que estas marcas vean como medible o convertible en ventas, eso lleva mucho tiempo y nadie garantiza un final feliz. La periferia del influencer parece mucho más segura, aunque el servidor de turno mañana venda repasadores, toallones, secadores de pelo o baterías de auto de segunda mano. Un tutorial con una luminosa sonrisa en cámara es mucho más redituable y entretenido que ver a un deportista creyendo en si mismo.
Este año el surf en Argentina cumple 60 años, todo ese tiempo llevó tornear una cultura entrañable, que además supo escribir páginas doradas en materia competitiva. Sin embargo, esta última parece estar relegada, quizás no se hayan tocado todas las puertas necesarias, ni se hayan mostrado los valores de superación que ahí residen o quién sabe qué cosa aún no se implementó para que las nuevas generaciones no tengan que entregarse en adopción a una familia de millonarios para poder lograr sus objetivos.
Ojalá muchas empresas se acerquen al surf y encuentren en sus deportistas los valores que desean compartir con sus comunidades. Se necesita tiempo, el ingrediente indispensable de toda buena historia.