SURFISTA LEJOS DEL MAR

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Por Julieta Bossi.

Uno de los altares del surfista lejos del mar.

Muchas veces me preguntaron cómo podía ser tan fanática del surf viviendo lejos del mar, y hasta yo misma me lo planteé y dudé sobre el tema. Pero poco a poco fui entendiendo que el surfista lejos del mar, no vive, si no que sobrevive hasta que se reencuentra con su tabla y el surfing. 

Este surfista pasa sus días con una imagen del mar pegada en su lugar de trabajo. Mira constantemente cómo están las olas en la costa, sigue en Facebook a todo aquello que empiece o termine con la palabra “surf”, lee notas, se compra revistas, busca videos y mira programas de deportes extremos en televisión. Se llena la compu de imágenes de playas, de riders, de tablas y todos sus fondos de pantalla tienen como protagonista al mar.

Pero este surfista sobre todo le pone garra. Se mantiene en estado y prueba todo aquel deporte alternativo que lo acerque a la sensación de surfear. Busca amigos en la ciudad que compartan la misma pasión y hasta el mismo sufrimiento. Y lo mejor de todo es que se pone metas, se pone zanahorias (u olitas) hacia dónde mirar, ubica destinos surferos en el almanaque cada vez que puede. Si es un fin de semana en la costa, bienvenido. Si se trata de un surftrip internacional, mucho mejor. Y seguro que este surfista cuando viaje va a tener toda la info: por dónde entra la ola, a qué altura rompe, en qué lugar se pone a la mañana y en cuál la marea esta perfecta por la tarde. El surfista de ciudad se hizo muy amigo del WindGurú y es un estudioso del mar a lo lejos, su ocupación en los ratos libres es estar bien preparado para cuando llegue el encuentro. 

Hasta que un día, si se atreve, este surfista se muda a la playa. Y disfruta de su vida de otra manera. No solo en los viajes si no en su realidad diaria, creo que llegado ese momento sólo surfeará los días en los que tenga ganas, los días que esté lindo, los días en los que se sienta inspirado. No atolondradamente todo el tiempo que está en la costa porque tiene la presión de que se vuelve en dos horas a la ciudad. Pero son sólo algunos los que se atreven a la mudanza costera, los otros siguen resistiendo con metidas espaciadas por meses.

Ahora bien, después de todo ¿Por qué el surfista aunque viva lejos del mar se empecina en ser surfista? Y aquí está lo más intrigante y atrapante de esta historia. Porque la respuesta a esa pregunta es algo así como una no respuesta. No se sabe por qué ocurre esto, no se sabe a ciencia cierta qué nos pasa con el surf ni por qué nos apasiona tanto, al punto que nos puede cambiar la vida por completo. Pero lo que sí se puede decir para arrimarnos a la respuesta, es que una vez que surfeaste, te gustó, te paraste y sentiste lo que tenías que sentir, no hay vuelta atrás. Sólo podes pensar en repetir una y otra vez esa sensación que te da el mar, el agua y su energía. Y por más de que todo se te venga en contra, la distancia, el trabajo, el estudio y el asfalto. Si realmente vivís la sensación no podes evitarla, apagarla, acallarla, es una pasión que te pide, una adrenalina que el cuerpo no olvida. Y ahí es cuando los 500 km no te importan y las 6 horas de viaje te parecen una pavada. El despertarte a las 6:00 AM para disfrutar el día a pleno te parece lógico y el meterte 8 horas diarias se transforma en lo más sensato. Todo sea por aprovechar ese rato que tenemos cara a cara con nuestra pasión. 

Muchas veces me han preguntado: “¿Cómo es que surfeas y vivís en la ciudad?” Y frente a esta pregunta suelo responder: “Vivo el surf como puedo, es más difícil, pero lo vivo con las mismas ganas que los que entran al mar todos los días”. Y realmente creo que no se trata de cuánto tiempo pases en el agua, ni cuantas veces por semana puedas meterte, cuantas olas agarres, ni las maniobras que puedas hacer. Si no lo que nos da el surf a cada uno independientemente de cómo lo hagamos.

Este deporte poco a poco se transforma en un estilo de vida, un espíritu, una manera de ver las cosas, de vivir, de pensar, de transitar en el mundo con la mirada hacia el mar. Y frente a esto puedo asegurarles que una vez en la ola no hay manera de bajarse.


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