EL CAMINO DEL RIDER: SURFING, ESTUPOR Y MUERTE EN LA FELIZ

Historias reales de un mundo ficticio

Un cuento de Sebastián Chacón

(Advertencia: Este cuento contiene escenas de corrupción, empresarios deshonestos, surfing de alto vuelo, sueños rotos, muerte, verdades fantasiosas y gaseosas sin gas.)

Así estuvo el mar del día del fatídico hecho. Foto: Lole Mairal.

La noche se agita, de a ratos hiperventila. La oferta es vasta aunque no variada. El sur del sur de Mar del Plata, divide las aguas entre moda, vanguardia, pretensión y estupidez. Los márgenes de la diversión extendieron sus límites a punta de depredadores nocturnos disfrazados de emprendedores del ocio. Donde la noche antes conversaba con el mar, ahora han tendido una gran pista de baile para que Travoltas de dudoso octanaje, no dejen pasar una sola velada del calendario veraniego.

El ojo de la tormenta está centrado en El Molusco Salvaje, un parador de esos que acortan distancias entre La Feliz e Ibiza. Un verdadero infaltable en las stories de las estrellas de la influencia. Electrónica y cumbia se encargan de repartir alegría en iguales dosis. Cuando el DJ estrella de la noche transpira más allá de la tarifa, la playa estalla y la felicidad se nota en la cara de la gente, y por supuesto, también en la cuenta bancaria de los dueños.

Recién llegado de Qatar y con intenciones de comprar una cantidad obscena de tierras en Chapadmalal, el Emir Abdul Jair Avad Asghar Badawi Faizan,  no se quiso perder la oportunidad de sentir en carne propia el vigor de la vida nocturna. Después de ser recibido por el mandamás de la zona y de cerrar variadas operaciones, uno de los anfitriones le hizo saber que en el Molusco Salvaje, había una mesa con su nombre grabado en letras doradas. El afamado DJ Mick Marren, encabezaba el cartel de esa noche.

Lógicamente, la crème de la crème estuvo presente para estrechar lazos con el personaje en cuestión. Confraternidad, hospitalidad, negocios y obsecuencia en diversas manifestaciones, hicieron sentir al ilustre visitante mejor que en sus propias arenas. La producción del Molusco se encargó de complacer sus pedidos y deseos, la promesa de franquiciar el emprendimiento en los Emiratos Árabes, era algo que los mantenía alerta en busca de la excelencia, al menos durante esa noche. La noche fue de más a más, pero como es sabido, hasta el Himalaya se acaba.

En uno de los paseos que el Emir había dado por la Ruta 11, un cartel le llamó la atención. Una publicidad de helados, no cualquier helado: Raspberry Beret Ice Cream. Un producto gourmet que hasta el mismísimo Piero Sorna se había encargado de reseñar en su libro los 103 Gustos Que Hay Que Darse Antes de Morir. La edición fue traducida a más 50 idiomas, y una de esas joyas fue a parar a una de las bibliotecas que el Emir tenía en una de sus tantas propiedades de Oriente Medio. El tipo no lo podía creer, los poderes del petróleo lo habían traído hasta una pequeña ciudad donde se producía un producto único, noble y capaz de cargar de poesía a los paladares más exigentes del universo gastronómico.

A eso de las tres de la mañana, el encargado de custodiar al único ser con Kufiyya y agal en toda la ciudad, volvió a preguntarle si le apetecía beber algo. El árabe que ya se sentía bastante molesto ante tanta amabilidad, pidió su último deseo.

-Quiero una generosa porción de Raspberry Beret Ice Cream-, pedido que se encargó de dejar bien en claro, al mostrar en la pantalla de su iPhone 14 Pro, la foto del cartel que había visto en su raid de compras por la R11.

 Epopeya marplatense en Hawaii

El North Shore se pregunta quién ese ese desfachatado que logró meterse en la gran final después de surfear como un poseído en los  Trials para quedarse con el único ticket disponible para el evento principal.

¿Cómo qué es de Argentina y no es brasileño? ¿Hay olas en Argentina? ¿De Mar del Plata? ¿Donde nació Toquinho? ¿Argentina no es una ciudad dentro de un país llamado Chapadmalal? Preguntas de ese estilo y otras barbaridades flotaban en la arena de Pipe.

Rema con fuerza la última ola del heat. Mason Ho queda mal ubicado y tres puntos abajo en el score. La epopeya marplatense en el North Shore se empieza a cristalizar. El tipo que llegó a Hawaii con su Renato 6’8’’ y no mucho que perder, dropea con convición. En sandalias, la gloria lo espera con los brazos abiertos. La historia prepara su birome para narrar una gesta insólita, financiada con la venta de remeras de la indemnización de su último sponsor. Sueños adolescentes que lograron germinar las últimas noches sobre colchones prestados.

Rama está a punto vencer a Mason Ho en el Pipeline Master. La playa atestada de gente viva el nombre del marplatense que con gran técnica, fue cargándose  a tipos como Slater, Nathan Florence, Ethan Ewing, Jordy Smith, Billy Kemper e Ítalo Ferreira,  entre otros. Desde la App de la WSL, los amigos de siempre, los descreídos, los que siempre le habían ganado, los profesores del colegio Marista que siempre le habían dicho que con la tablita no llegaría demasiado lejos, las chicas del Buda Bar que nunca le habían dado bola y casi toda la Mar del Plata que respira surf, no podían dar crédito al presente de Ramiro Solís Arrieta.

La más grande del set se le ofrece como una verdadera invitación a la eternidad. Dropea con elegancia, el bottom turn en un solo movimiento lo transporta hacia un tubo cristalino, furioso y de dudosa salida. De pie, el público levanta los brazos mientras la silueta de Rama recorre las entrañas de la ola reina. Microsegundos de excelencia donde la mínima desconcentración lo puede enterrar en el reef con graves consecuencias. Nuestro héroe se mantiene en pie. Su sueño también.

Sueños ardientes

Los dueños del Molusco Salvaje no tenían entre su lista de proveedores a Raspberry Beret Ice Cream. Habían preferido ir con uno mucho más económico que les daba mayor margen de ganancia. Sin embargo, no podían echar todo a perder por un simple capricho no cumplido. De una u otra forma, había que cumplir el pedido del inversor. Y en esa misión de corto tiempo se embarcaron. Si habían hecho coincidir a Mick Marren y al Emir Abdul Jair Avad Asghar Badawi Faizan, bajo el mismo cielo, conseguir ese helado puntualmente sería un juego de niños.

Como era de esperar, a esas horas, los comercios que habitualmente vendían esa marca de helado estaban cerrados. El Emir se empezó a impacientar y dejó en claro que no se movería de ahí hasta no probar el producto reseñado por Sorna.

La desesperación fue in crescendo. El árabe se empezó a violentar. Amenazó con dar de baja todas las operaciones si el helado no aparecía en los próximos sesenta minutos. Con la soga al cuello, los productores no lograban pensar con claridad mientras la aguja de reloj remontaba la esfera.

¿Qué hacemos? Se preguntaban. ¿De qué nos disfrazamos? ¿Cómo no previmos que este hijueputas podría pedirnos ese helado? Somos unos amateurs. Así no salimos nunca de Mar del Plata. El pase de facturas parecía no tener fin, y cuando la cosa parecía encaminarse hacia una escena de pugilismo, uno de los socios dijo conocer al tipo indicado de Raspberry Beret Ice Cream.

Después de unos minutos de tensa espera, la pregunta del millón no tardó en llegar.

¿Y?

-Lo llamé y tiene el teléfono apagado-, dijo Moncho Suárez del Corral, uno de los principales accionistas del Molusco Salvaje.

– ¿Y ahora de qué nos disfrazamos?-, preguntaron al unísono los demás socios.

– Olvídense man, lo voy a buscar a la casa y ya.

A la velocidad de un rumor surcó la ruta en busca del único salvoconducto. Ni bien llegó, se pegó al timbre. La tranquilidad entre las señoriales casonas se vio alterada por la punzante baliza de la BMW. Con el correr de los minutos la desesperación fue en alza. Cinco timbrazos y nada. La operación de su vida no podía quedar truncada por un simple helado. Los socios no dudarían en quitarle los puntos de la empresa. Aunque todavía tenía tiempo para ensayar una mentira que lo exima del castigo.

-Flaco son las 3 de la mañana. Te equivocaste, la casa del puntero está dos cuadras para abajo- dijo Rama a medio vestir, mientras su sombra traspasaba la pesada puerta.

-Rama, me tenés que salvar.

-Insisto, no vendo falopa. Tampoco rehabilito adictos. Ni mucho menos doy clases de surf- dijo mientras cerraba la puerta.

-En serio, escuchá lo que te voy a contar.

-Flaco, mañana arranco el reparto a las 7:00 y tengo que madrugar porque tengo un día bravísimo. No me la hagas más difícil.

-Tenemos un visitante ilustre que no se quiere ir del país sin probar tu helado.

-Llamá a la empresa, que te tomen el pedido y una vez que me entre en mi hoja de ruta, ahí te lo llevo y este Ñato se da el gusto.

-No, tiene que ser ahora. Vos te venís conmigo.

Antes de montar en cólera, Rama olfateó la sangre. Algo le indicaba que detrás de un simple antojo había algo mucho más grande. Merecía dejarse llevar por el instinto.

-Dejáme que me cambio y vamos- accedió mientras trataba de despertarse.

Una vez cambiado, fue al camión y tomó una caja de cada una de las especialidades de Raspberry Beret Ice Cream en una heladera portátil, se subió a la BMW y emprendieron el camino al Molusco Salvaje.

Ni bien llegaron, la noche estaba prendida fuego. Los peores sonidos latinos inundaban el aire, el trance de la gente era total. Rama lo único que quería era descular el entuerto y tratar de sacar rédito lo más rápido posible.

Cuando se dio cuenta que el Emir Abdul Jair Avad Asghar Badawi Faizan, era el pez gordo, se le iluminaron los ojos. Sabía que algo grande estaban por firmar los dueños del Molusco y el Turco. Antes de entregar su producto exigió explicaciones. Los socios se juntaron con Rama en el reservado y le explicaron que estaban por firmar una red de franquicias en Medio Oriente y que todo dependía del antojo de un tipo y de su producto.

-¿Y yo qué gano?

Los socios de miraron. Su fama de miserables quedó de manifiesto cuando le ofrecieron pases gratis para todas las noches del verano y por supuesto, todas las barras liberadas.

-Muchachos, me hicieron venir hasta acá para bailar gratis. Lleváme a mi casa, que mañana tengo que laburar.

-Ok Rama, qué necesitás- preguntaron los accionistas.

Rama sabía que era el momento de pedir. Pedir en grande. Sabía que los tenía agarrados de las bolas, el éxito dependía de su buena voluntad y del helado que en breve empezaría a derretirse. Rápidamente sacó cuentas en el aire y pidió su parte.

-Quiero 50 lucas ya.

-Perfecto, ningún problema.

-50 lucas verdes.

-Te fuiste a la mierda Rama.

-Me voy a la mierda ya mismo si no me pagan esa guita- apuró la negociación.

Los socios se miraron y se dieron cuenta que no quedaba tiempo para estirar la puja.

-Ok, te vamos a hacer un cheque para cobrar en ventanilla.

Rama conociendo el tendal de incobrables que habían dejado en la ciudad, no se dejó amedrentar y fue un poco más allá.

-No, un cheque no. Quiero la guita ya mismo, depositada en mi cuenta. Una vez que la vea acreditada acá en mi teléfono yo te entrego la heladera y todos felices.

– 30 lucas verdes ya.

-No puedo creer que sean tan boludos. Ahora no son 50, son 70 lucas verdes y de ahí no me muevo… Y hagan la transferencia rápido que el helado se derrite.

Mientras tanto en el VIP el Emir, volaba de la calentura. No podía creer que alguien lo hiciera esperar, especialmente con algo tan simple. Sus modales ya no eran tan buenos y su talante empeoraba minuto a minuto.

Antes de que el helado empezara a perder consistencia, el socio mayoritario, metió mano en su bolsillo, tragó saliva, cargó el CBU de Rama en la cuenta destino, presionó el botón de aceptar e instantáneamente sonó el Alcatel de Rama, advirtiéndole que una nueva transferencia había ingresado en su cuenta.

-Déjenme corroborar que todo esté bien y ya les entrego la heladera- les dijo mientras fingía total aplomo al ver los U$S 70.000 en su cuenta.

-Perfecto muchachos, todo como fue pactado… Acá les dejo la heladera, vayan a cerrar el trato con el Emir. Suerte y por cierto, fue un placer hacer negocios con ustedes. Despreocúpense por mi regreso, me pido un Uber, ando con guita encima.

Antes de asimilar el golpe, los socios tomaron la heladera y fueron a complacer el deseo del Emir.

Entre formalidades y falsas disculpas, pusieron a disposición del magnate árabe los distintos productos de Raspberry Beret Ice Cream. Finalmente el placer invadió el paladar de Abdul Jair Avad Asghar Badawi Faizan, quien no podía asimilar tanta información. Cucharada tras cucharada se daba cuenta de la escasez de recursos de Piero Sorna a la hora de traducir en palabras tamaño milagro de la gastronomía.

El placer y el deleite, tranquilizaron a los socios. El Emir no tardó en pedirle a su asistente los contratos. Una vez terminado el bacanal, las partes leyeron atentamente el documento que habilitaba el desembarco del Molusco Salvaje en Emiratos Árabes. El Emir se había encargado personalmente de marcar lugares exclusivos, donde el lujo y el confort se rendían a los pies de los principales magnates petroleros de la región.

-Está todo correcto, es lo que habíamos acordado-remarcaron al unísono los prósperos empresarios marplatenses, mientras se imaginaban en camionetas mucho más ostentosas y viviendo en barrios cerrados que aún no se habían empezado a construir, ni mucho menos empezado a lotear.

Una vez firmada cada una de las copias por parte de los locales, llegó el turno de la firma más importante, la del Emir. Después de engullir la última cucharada, se levantó del sillón y una leve brisa desplegó su túnica, ofreciendo una imagen casi bíblica. Como si el enviado del Dios del entretenimiento hubiese decidido apostar todas las fichas en un remoto paño del Cono Sur, una oportunidad reservada solo para elegidos.

La cara del Emir, cuando uno de los marplatenses le ofreció una Bic azul para firmar, fue lo más parecido al peor de los accidentes automovilísticos. Inmediatamente, su asistente metió mano en el portafolio y le alcanzó una pluma Tibaldi modelo Fulgor Noctumus, valuada en varias hectáreas de fértil suelo pampeano.

-Es un verdadero placer hacer negocios con gente tan considerada, que entiende la verdadera seriedad de la diversión. Que apuesta a la amistad y tiende puentes entre distintas culturas, sin detenerse en barreras idiomáticas, culturales o religiosas.

Los jóvenes que estaban a una firma de ser millonarios, no dudaron en subrayar el encendido discurso. –Viva El Emir- soltaron al aire mientras descorcharon la botella de champagne más costosa de Mar del Plata. Sin dudas, ese era el momento por el que tanto había esperado en la cava.

Aferrado a la Tibaldi, hizo silencio, miró al cielo, susurró unas palabras inintelegibles y cerró sus ojos por unos segundos que para los socios parecieron una quincena. Superado el trance, antes de firmar saludó estrechando su mano y con un caluroso abrazo a los que serían sus nuevos partners.

Finalmente el momento tan esperado, la firma. Con la convicción típica de los que cierran contratos millonarios con asiduidad, puso una mano bien firme sobre el encabezado del documento y con la otra se dispuso a firmar. En el momento exacto que se disponía a impregnar su caligrafía sobre el papel, algo muy extraño ocurrió.

Un humo denso y un fuerte olor a carne quemada impregnaron el aire, mientras los socios se miraban con desconfianza. La cocina había cerrado hacía varias horas. Sin embargo no hacía falta buscar tan lejos para dar con el principio de incendio. El cuerpo del Emir ardía debajo de su túnica, al tiempo que su vestimenta se mantenía ajena e inerte al horrendo episodio. Los gritos del malogrado saudí eran estremecedores, los empresarios marplatenses no daban crédito a lo que estaban viviendo. Un episodio único por donde se lo analizara, y lo más trágico, era que los estaba dejando afuera de un magnífico negocio que jamás se les volvería a presentar.

Al día siguiente, los medios locales e internacionales, se encargaron de contar lo que había sucedido. Algunos con mayor espectacularidad, otros con el halo de misterio que supuso el caso, pero todos concluyeron en el mismo titular: Magnate árabe muere en famoso balneario marplatense a causa de un extraño cuadro de Combustión Humana Espontánea.

Inmediatamente los empresarios marplatenses fueron los más buscados por parte de la prensa. Habían sido los últimos en estar con el Emir, lógicamente ninguno quiso hablar. La depresión por la caída en desgracia de la compañía caló hondo en cada uno los accionistas.

Mientras Mar del Plata recorría el mundo con el extraño episodio de combustión humana espontánea, el mercado de valores de Emiratos Árabes  Unidos sufrió un duro revés. Algunos magnates no dudaron en mandar a sus emisarios para “conversar” con los empresarios marplatenses, a quienes no dudaron en señalar como los responsables de la muerte de Abdul Jair Avad Asghar Badawi Faizan. Y de algo mucho peor, de haberse quedado con su lapicera, un objeto único y exclusivo que venía pasando de generación en generación.

A Rama la noticia lo sorprendió mientras estaba haciendo el reparto, después de “Do It Again” de Steely Dan, el locutor abrió la rueda de noticias con el resonante caso. Automáticamente detuvo el motor, se bajó a la altura del extinto Tata Juancho, caminó hacia el acantilado y trató contemplar tanta inmensidad. Metió la mano en el bolsillo, sacó su Alcatel, entró a la App de American Airlines y compró un pasaje a Oahu.

-Pobre turco… No sé qué es peor, si morir de esa manera o que te toquen el timbre a las 2:00 AM justo cuando estás por ganar el Pipeline Master.

Se quedó un rato contemplando la ondulación del mar, miró el reloj y decidió volver un rato antes a la fábrica. Dejó la camioneta en el garaje, saludó como siempre a sus compañeros de trabajo, subió las escaleras hasta la oficina de recursos humanos y pidió sus vacaciones.

Después de un rato de charla sobre el caso del árabe más famoso de Mar del Plata, el surfing en pileta y el crecimiento de Chapadmalal, Oscar – el encargado de RR HH – le confirmó las vacaciones y le preguntó si tenía un destino planeado.

-Gracias Osqui, viajo a Hawaii. Voy a cumplir un sueño inconcluso. Prometo traerte un imán para tu heladera.

Le dio un abrazo y se fue.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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